Entre “quehaceres” y tráfico se desenvuelve la vida del venezolano común. En vista de lo vital que resulta optimizar el tiempo, los desayunos en las colas y las lecturas en los centros de comida “rápida” son más comunes de lo que parecen. Quizás la diferencia sustancial entre el que vive la rutina amargado y el que no ha perdido la capacidad de acariciarle la espalda a la vida es la habilidad de apreciar los pequeños momentos. No es lo mismo refunfuñar porque la lluvia causará hidrofobia a las autopistas de Caracas que inmortalizar el instante en el que las gotas de agua caen como misiles en el charco, levantando el agua sucia como una micro explosión, para luego diluirse en lo que parece un festín de ondas que acrecientan su tamaño incesantemente. Es esa destreza para perpetuar instantes lo que hace de nuestra rutina algo menos convencional y despierta nuestra sensibilidad por la reflexión que, a su vez, es la responsable de los inventos y descubrimientos más importantes de la historia. Dicha inquietud no sólo ha sido dirigida a la ciencia, también hay quienes (para mí, los más osados) la “transforman” en arte. Este blog está dirigido para los curiosos, aquí no sólo podrán leer historias que por timidez sólo me atrevo a contar por escrito, tanto reales como “de mentira“; también podrán apreciar en “cámara lenta” las pequeñas cosas que la naturaleza nos obsequió y que los científicos se han dado a la tarea de explicar para nosotros, los curiosos.

martes, 29 de marzo de 2011

La escritura creativa



 “La imaginación es una facultad especial que tienen los artistas para crear una realidad nueva a partir de la realidad en que viven”
Gabriel García Márquez

Si alguna vez te pareció ver un conejo en la luna, reconociste a los personajes que se esconden detrás de las nubes o viste a Elvis Presley en el “quemadito” de tu arepa de esta mañana ¡no te preocupes!, la realidad está sobrevalorada. Hechos como los anteriores evidencian un impulso desvergonzado de tu mente por dejar escapar esa creatividad que has mantenido reprimida en el transcurso de tu vida.
Sobre esto profundiza el Dr. Fernando Rísquez al definir a un creativo como todo aquel que asocia las mismas cosas de manera diferente a los demás; por lo que se puede afirmar que las ideas se encuentran “flotando” en el aire esperando que alguien las “agarre” y las use. Es esa creatividad la que permite la metamorfosis entre la oruga de las sandeces de nuestros pensamientos hasta la hermosa mariposa que se eleva impulsada por el arte de escribir; tal como asegura Ernest Hemingway  Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal”.
Si me permites preguntar, ¿Te han llamado curioso alguna vez? No temas admitirlo, pues la curiosidad es el principal reactivo que induce la creatividad. Ésta te traslada a los lugares más insospechados donde puede alojarse la materia prima de tu escrito. Es mediante el descubrimiento de lo particular en lo ordinario que la invención cobra vida en las más majestuosas obras.
El arte de asociar cosas aisladas y emplearlas en la escritura creativa no es un asunto esotérico ni tampoco se trata de magia; como afirma Rísquez, sólo hay que estar preparado para asociar las cosas apoyándonos en los conocimientos previos a la creación y “madurar” nuestras ideas mediante lo que él llama incubación. Las imágenes inquilinas en nuestra mente, ya sea de nuestra infancia, de una conversación en el metro o del programa de televisión que vimos la semana pasada, pueden estar conectadas mediante complejos engranajes que nuestro cerebro se encarga de hacer por nosotros. El arte se encuentra oculto en lo sencillo, basta con evocar y crear. Gabriel García Márquez simplifica mis palabras al afirmar que “la realidad es mejor escritor que nosotros. Nuestro destino, y tal vez nuestra gloria, es tratar de imitarla con humildad, y lo mejor que nos sea posible”.
            ¿Y qué hacer cuando la fantasía se convierte en un monstruo de ocho brazos que se apodera de nuestra mente? La respuesta es sencilla: déjala fluir y permite que también se adueñe de tu escrito. En palabras de Rísquez, la fantasía participa en el proceso creativo, razón por la cual debemos trabajarla mediante las técnicas de escritura aprendidas para darle cabida en nuestros textos.
Rísquez también nos ilumina con la idea de que el arte es la manifestación de una conexión con uno mismo, por lo que un artista o escritor creativo se ha regodeado en la reflexión y ve en la escritura un canalizador de sentimientos e inquietudes. No se debe pretender influir a otras personas con nuestro escrito, tú eres tú propio público y es a ti mismo a quien debes impresionar, siempre teniendo fe, más que en tu capacidad, en tu pasión.
            Así, no debes olvidar que lo más importante en el desarrollo de una escritura creativa es ejecutarla. Si bien la curiosidad por pequeñas cosas, la asociación de objetos aislados y la conexión con tu yo interno son las bases de la escritura creativa, lo más importante es atreverse a crear. Como alguien muy sabio me dijo una vez: “Un viaje a China comienza con un paso”.

lunes, 21 de marzo de 2011

¿Pastilla que cura el miedo?


Si al caminar en la noche por La Candelaria o por el Boulevard de Sabana Grande tu boca se seca súbitamente, te sudan las manos, tu corazón se acelera más que tus pasos, se te calientan las orejas, te comienza a doler la cabeza y un impulso desenfrenado de correr se apodera de ti probablemente esto signifique que eres harpaxofóbico. La harpaxofobia o “locofobia” es el miedo persistente al robo o a los ladrones. No quiero decir con esto que sentir miedo en esa circunstancia sea del todo irracional, pero sólo hay un 90% de probabilidades de que algo malo te ocurra.
Sé que tú, amigo lector, en algún momento has sentido que el miedo te paraliza. ¿Qué hacer, por ejemplo, cuando salir de tu casa significa poner a prueba tus nervios? Para escenarios similares un grupo de investigadores españoles desarrollaron un medicamento para reducir el miedo que sufrimos en situaciones extremas que, frecuentemente, generan la aparición de fobias o estrés  postraumático; con una dosis de 7,8-dihidroxiflavona se reducirá el terror significativamente.
Definitivamente esta pastilla no impedirá que te roben, pero te dará una “sensación” de tranquilidad al transitar por las calles durante las noches capitalinas. Las implicaciones de éste medicamento, especialmente en la industria del cine de terror, son harina de otro costal pero, en definitiva, significará un avance para la psicoterapia al garantizar el éxito en el tratamiento de pacientes que sufren de dichas patologías. Para finalizar, te dejo con esta reflexión: ¿y si me da miedo tomar medicamentos…?

El banquito de las esperas

 
            Un mes después el doctor me citó en su consultorio para decirme que me había suicidado. Pensé que no se enteraría, pero pocas horas después descubrí que nada había sido coincidencia.
            En lo inusual de lo usual mi vida alcanzó su punto de inflexión. Todas las tardes me sentaba en el mismo banquito de la plaza Bolívar a leer el periódico y a ver pasar las millones de historias que el tiempo consumía. Los niños en sus patinetas siempre jugando despreocupados y las parejas colegialas besuqueándose en los rincones. Era un espectáculo que me remontaba a épocas en las que mi inocencia no se había corrompido.
            La tarde del 23 de noviembre el cielo, con su acostumbrado tono grisáceo, se me antojaba peculiar. No había sol ni estrella ni luna. No había nubes con forma de conejo, pero aun así algo me provocaba una sensación de ansiedad que hace meses no experimentaba. Ya llevaba un año sobrio. Cuando el doctor me dijo que el alcohol y el cigarrillo me habían hecho merecedor de un corazón nuevo, supe que debía cambiar. Ya le había fallado lo suficiente a mi esposa e hijas, no podía dejarlas solas. La lista de espera para el transplante era larga, pero si llegaba mi turno y no estaba limpio perdería la oportunidad de vivir.
            La señora que vendía café siempre se sentaba en el banquito a mi lado para conversar. Algunas veces hablábamos sobre mi larga y atormentadora espera, otras veces sobre cómo había cambiado todo en “estos tiempos”. Esa tarde no llegó. Extrañado por su ausencia noté que nunca me había dicho su nombre. Sabía muy poco de ella y al preguntarle a la gente del lugar me dijeron que nunca la habían visto hablando con alguien que no fuese yo. Me pareció extraño, pero no le di mayor importancia, pronto aparecería.
            Estaba terminando de leer las noticias cuando una brisa muy fuerte azotó el lugar. Pude ver cómo la última hoja del árbol seco caía con el aparente suspiro del tronco ahuecado. Me detuve un instante a observar la eterna caída de la hoja y a milisegundos de tocar el suelo sentí lástima por ella. Todo estaba mal. Mi acompañante había desaparecido y el árbol se encontraba sin vida.
            Lo que pasó luego cambió mi vida.
            Un hombre desconocido me saludó alegremente. Le devolví el saludo, se sentó a mi lado y enseguida comenzamos a hablar. Me dijo que lo habían ascendido en su trabajo. Lo felicité y el tomó un trago de su cantimplora. Era ron Santa Teresa, mi favorito. Me ofreció un trago y me negué. Le expliqué mi condición, para lo que el respondió: “Tome, amigo, insisto. Un trago no le hará daño, brinde conmigo”. Dudé un par de segundos, suficientes como para llevar el ron a mi boca. El líquido del diablo despertó mis papilas gustativas que saltaron con euforia, no podía parar. Cuando lo había tomado todo, el hombre ya no estaba. Fui a la licorería y compré más.
            Semanas después desperté en el mismo banquito. Olía como algo viejo y rancio, no tardé en notar que era yo. Mi esposa se me acercó y con lágrimas en los ojos me dijo que el doctor había llamado para decirme que ya había llegado mi turno. Tenía que ir a la clínica ese mismo día.
            Fui a la clínica y mi estómago se contrajo de repente. Mi corazón palpitaba aceleradamente cuando vi al diablo. Allí estaba, el hombre de la plaza con mi amiga, la señora del café. Me les acerqué y el hombre sonriente me dijo: “Por lo visto, fue más fácil de lo que pensaba… Gracias por donarle el corazón a mi madre”.
            Cuando entré al consultorio lo entendí. Todo había sido planificado por ellos. La señora del café estaba detrás de mí en la lista, su hijo sólo tuvo que tentarme para que yo acabara con mi oportunidad de vivir.

lunes, 14 de marzo de 2011

Después de la muerte


            Casi pude sentir sus labios fríos susurrándome al oído que fuese a su encuentro. El inusual rojo carmesí del río permitió el hallazgo de su cuerpo en la orilla. Nadie supo cómo había muerto, pero a una semana de su muerte aún sentía su presencia.
            Una noche tenía dificultades para acurrucarme en los brazos de Morfeo, el frío me helaba la sangre y, sorpresivamente, su respiración rompió el silencio. Abrí los ojos a la espera de ver los suyos penetrar la oscuridad. La última vez que los vi brillar me prometió que volvería, pero ahí estaba yo humedeciendo mi almohada sin consuelo y contemplando el vacío del otro extremo de mi cama.
De repente las ventanas se abrieron de par en par y una densa niebla inundó mi habitación. No sentí miedo, sabía que era él. Me levanté sin prisa, pues él me esperaría como siempre. Abrí la gaveta donde guardaba el camisón de seda rojo, a él le encantaba. Me lo puse, me perfumé como lo hacía todas las noches antes de su llegada y bajé las escaleras hacia el vestíbulo. Una vez allí, contemplando la foto de nuestra boda, supe lo que debía hacer.
Caminé cuidadosamente entre la penumbra hasta el campo santo del pueblo, donde el cuerpo de mi esposo reposaba. Un murciélago me acompañó hasta el final de la cuesta donde se encontraba su sepulcro. Al acercarme, mi corazón dio un salto brusco debajo de mi pecho semidesnudo. Parado al lado de la lápida, estaba mi amado. Vestía un traje negro que contrastaba con el tono grisáceo de su piel y su aroma era desconocido, pero adictivo. Al sonreír, sus labios sangraban debajo de unos dientes afilados, sus ojos carmesí centelleaban de pasión y furor, deseosos de mí aún después de la muerte.
Antes de decidir mover algún músculo él ya se encontraba a mi lado, tomó mi mano y la besó. Sus labios helados me estremecieron y una línea roja apareció en el dorso al roce de sus dientes. Divino ardor que estaría dispuesta a soportar en su compañía. Al notar lo que había hecho, sus fosas nasales se contrajeron en una mezcla de anhelo y dolor. Con sumo cuidado limpió mi sangre con su lengua y una expresión de éxtasis se asomó en sus ojos. Lentamente acarició mi cuello con sus uñas largas y filosas, mis piernas temblaban hasta que no soporté el peso de mi cuerpo y caí rendida a sus pies. En todo momento su mirada traspasaba mi ser, podía escuchar su voz en mi mente diciéndome: Te prometí que volvería… Pensé que nunca sería feliz sin el, que no merecía tanto sufrimiento, habíamos nacido para estar juntos y, aunque lo juramos ante Dios, no permitiría que la muerte nos separara.
            Inmediatamente su voz desesperada interrumpió mis pensamientos y me respondió: Quédate conmigo. No temas a la penumbra, en el alba descansaremos hasta el crepúsculo donde nuestro amor vivirá por siempre. Mi corazón desbocado ardía en mi pecho y con un suspiro asentí. Me arrojé en sus brazos, el acarició mi cabello, sus frías manos descendieron poco a poco hasta llegar a mi cuello, apartó a un lado mi cabellera y permitió que la brisa rozara mi piel. Trazó una línea con su lengua desde mi oído hasta mi cuello, se detuvo y suavemente me penetró con sus filosos dientes. En este instante el frío desapareció y un fuego abrazador me consumió por dentro; el dolor carecía de importancia en comparación con el deseo de perderme entre sus labios. Lo último que vi fue su expresión de satisfacción, luego la oscuridad.
            La luz traspasaba mis párpados, abrí los ojos y vi a un murciélago alejarse a través de la ventana. Estaba amaneciendo y mi habitación estaba desierta. Al pensar en lo ocurrido me levanté apresuradamente, corrí hacia el baño y vi mi imagen en el espejo; mi cuello se encontraba intacto.
Las lágrimas brotaron nuevamente de mis ojos. Todo había sido un sueño.

El diario de Sashimi


            Supe la verdad la noche después de su muerte.
            A pesar de mi norma de no memorizar los nombres de mis pacientes para no involucrarme con ellos, a Sashimi lo conocía muy bien. Era el paciente número 1611 y todas las mañanas acudía a su cita conmigo para su evaluación. Hablábamos de cualquier tema, era fascinante la forma en la que lograba que olvidara por qué estaba ahí. Su sonrisa era hipnotizante, a mi como terapeuta me costaba trabajo mantener los ojos en el oficio. En repetidas ocasiones yo me convertí en su paciente, su mirada me escudriñaba y cada mínimo detalle de mi vida que irresponsablemente se me escapaba era capturado por él. Mi trabajo era determinar por qué había cometido un crimen tan atroz y si merecía la pena de muerte. Era precisamente lo impenetrable de sus pensamientos y su talento para moldear los míos a su antojo lo que acrecentaba mi miedo. En vista de mi incapacidad en tomar alguna decisión sobre mi paciente, tuve que remitirlo a otro profesional. El 15 de noviembre del 2009 Sashimi fue sentenciado a la pena de muerte y como despedida me dejó una nota que decía “Para Christine, por escucharme y por permitirme conocer a un yo desconocido”, con un fragmento de su diario anexado que aquí les presento:

            Fecha: 16 de julio del 2009
      Hace unas semanas murió mi madre. Nunca supe si fue su carácter o la enfermedad lo que me convertía en un insecto y a ella en un ser supremo que escasamente me veía. Yo no era como mi hermano y de eso mi madre se encargó de mostrarme evidencia. Al final, o más bien en “su final”, este insecto vivió más y no lamentó su pérdida.
      El día de su funeral confieso que estaba bastante aburrido. Nadie se me acercaba, quizás porque no era fácil para mí fingir tristeza y todos notaban que mi hermano necesitaba más el pésame que yo. Cuando finalicé mi Sudoku alcé la mirada y una extraña sensación me embriagó. Aquella mujer de traje negro y ajustado, muslos tonificados y labios carmesí provocó en mí aquel deseo por el que había esperado toda mi vida. Mi mente la poseía por el cabello largo y dorado, el brillo de sus ojos reflejaba el placer de la entrega sin medida. Era sencillamente una diosa que de mis fantasías más secretas se había escapado para darle sentido a mi presencia en el funeral de mi madre.
      Intenté acercarme a ella, me abrí paso entre la multitud pero, cuando llegué al lugar donde ella se encontraba, ya se había ido. Nadie supo decirme quién era. Parecía un espejismo que sólo yo había visto, pero sabía que era real, tenía que serlo. Era necesario encontrarla tanto como vivir, esa mujer sería mía a toda costa. ¿Quién era ella? ¿Cómo no la había visto jamás? ¿De dónde conocía a mi madre? No entendí jamás cómo llegó al funeral de la persona que mas detestaba en mi vida. Fueron muchos los días que pasaron hasta que hallé la forma de volverla a ver. Fui lo más cuidadoso que pude, pero en el funeral de mi hermano, la policía me encarceló. Mi plan no había funcionado, mi amada aparentemente no conocía a mi hermano, pues no asistió a su funeral. Nunca podré volver a verla. Es curioso cómo el mundo condena mi determinación a encontrar a la mujer que amo. Mi hermano no era nadie sin mi madre, y por él ahora me encuentro enredado en kilómetros de alambres de púas que impiden que encuentre a mi amada. No merezco este castigo.

            Fecha: 30 de agosto del 2009
      Hoy fue el día más maravilloso de mi vida. Antes de entrar a su consultorio  nada podía superar la muerte de mi madre, pero eso que dicen del destino es cierto. Cuando pensé que estaba hundido en el infierno allí estaba ella, tan hermosa como la primera vez que la vi. Las venas me palpitaban en la sien, mi entrepierna se tensó súbitamente, el frío de mis manos sudorosas era comparable con el fuego que ardía en mi interior y en los oídos escuché mi corazón… Oh sublime deseo. Ella se convirtió en el único regalo que me concedió mi madre: mi amada, mi Christine…

            Y así fue como, a horas de su muerte, descubrí la verdad acerca del paciente 1611.




Cacería


Nunca pudo olvidar esa noche. El reloj del despertador marcaba las diez, la noche era fresca y la vecina había dejado de recitar el doloroso y siempre puntual do re mi fa sol. El perro aparentemente había tomado la valiente y respetable decisión de suicidarse por lo chillidos de su dueña la “cantante”, pues no había ladrado en toda la noche. Las gotas de lluvia caían sobre el techo con un golpeteo que el mismo Dudamel incluiría en su sinfonía. Todo apuntaba a que sería la única noche silenciosa del año en la que podría dormir con una expresión apacible en su rostro y sin alguna palabrota pronunciada en inaudible voz.
De repente, una especie de susurro muy agudo ocasionó el roce de sus dedos con las manos de Morfeo que con los brazos extendidos lo esperaba. Abrió los ojos y sólo había nada. Nuevamente cerró los ojos y se concentró en la orquesta del techo que tocaba sólo para él. Sintió su cuerpo liviano pero algo estaba mal; su pie lo percibía frío pues se había deslizado fuera de la protección de su Cannon de 2000 hilos. El dedo gordo del pie le hormigueaba e intentó reprimir la necesidad de rascarse. No lo logró. Abrió los ojos nuevamente, ahora conciente de lo que pasaba. Debía erradicar el problema que le impedía dormir pues ya eran las once menos quince y al día siguiente debía madrugar para evitar la acostumbrada cola de la Regional del Centro. Decidió encender la lámpara de la mesa de noche y fue en ese breve instante en el que logró ver su silueta. Su sombra al acercarse a la luz provocaba en él un calor en las orejas que hubiese dado lo que fuera por no sentirlo en esa su tan esperada noche.
Entre zumbidos, manotazos a fantasmas y maldiciones, se había declarado el duelo en el que sólo uno vencería. Para él se trataba de ganar o resignarse a que siempre existirá quién impida su felicidad a toda costa. Para el otro era un asunto de vencer o morir. Inesperadamente, a las dos de la mañana un silencio sepulcral lo envolvió. La lluvia había cesado y al parecer el enemigo había huido como un cobarde. Apagó la lámpara y con un aire de suficiencia elevó su alma hacia la tierra en la que él era el centro y el todo. Lo que sucedió después lo enloqueció.
El zumbido otra vez, las tres de la mañana, sábanas y almohadas en el piso, la lámpara echa añicos, la oscuridad, el inaguantable ruido del que no se rinde, el manotazo a la pared, el dolor, la sangre y el silencio. Las cuatro de la mañana, el cerrar de los ojos, el cantar del gallo electrónico, la sonrisa fugaz.